Virgilio
Corneta. Militar israelí de baja. Emigró
hacia el país vasco español, con el objetivo de iniciar una vida
profesional en el Frontón. Aprendió durante 17 meses en América del Sur el
español, con este objetivo en mira. Se vio en serias dificultades sin embargo,
al llegar a San Sebastián, y enterarse que no entendía ni media palabra de
Euskera. Emigró finalmente hacia una ciudad fronteriza de los Estados Unidos
con México, con la idea de criar y comercializar monstruos de gila para
mercados asiáticos.
Virgilio tenía
el pelo largo a los 17. Conoció, como Alex DeLarge, los placeres más grandes de
la leche. Conoció además, desde muy joven, el lado más tierno de la ludopatía. Un
tío, quién apenas le dirigía la palabra, y a quién probablemente muy poco le
importaba su existencia, aprovecho el deceso de cada uno de sus familiares para
enseñarle a jugar póker. En la vela de su tío, sin embargo, Virgilio jugó
Solitario. La vida militar, más que una vocación, fue su manera de posponer su
paseo por la prisión.
Al partir
de España y llegar a México, conoció a una chica oriunda de Ciudad Juárez,
quién se maravilló de su pequeña granja de monstruos de gila. Esto hizo a
Virgilio, enamorarse de ella. Ella no se dio cuenta, y pensó que podría enamorarlo
emulando una escena de un filme de Jarmusch, haciéndose pasar por una chica húngara
y cantando una vieja canción de Screamin’ Jay Hawkins. Virgilio conocía el
filme y le hizo gracia desenmascararla. Ella se sintió humillada, pero intento
de nuevo un día que Virgilio cantaba cierta canción de “The Smiths”, ella se acercó
a él y se la cantó al oído, diciéndole que le gustaba esta banda. Virgilio,
también conocía este filme. El leitmotiv Oneguin, le hizo gracia a Virgilio,
quién siguió el juego.
Ibis (como
ella se llamaba), le comentó cierto día que mantenía correspondencias con un
chico croata, quién al igual que ella, vivía frente a un mar y unas ruinas.
Virgilio le propuso que se fuese con él, al norte de la frontera, pues allá sería
más fácil obtener los permisos de exportación hacia mercados asiáticos, para
sus monstruos de gila.
Ibis, aceptó
la propuesta, y decidió irse con Virgilio. El chico con quién mantenía correspondencia,
de nombre Kolia (quién confeccionaba corbatas), al no recibir más sus cartas, decidió
cambiar de lengua, y aprender italiano. Se adentró en la lectura de la Divina
Comedia en su lengua original, con la única ayuda de un diccionario. Al finalizarlo, decidió emigrar a un país donde
se hablase italiano. Su opción lógica, fue Suiza.
Al llegar a
Suiza, únicamente contaba con 250 francos suizos. Y 48 corbatas para vender. Gastó
130 por dos noches de hospedaje en una pequeña pensión. No vendió ni una sola
corbata, pero si, intercambió dos, contra una docena de empanadas de carne a un
chico argentino que conoció en un bus. El chico era metodista, y lo invito a
venir a la residencia metodista. Bastaba únicamente, ser metodista. Kolia había
pensado dormir en la parte de atrás de una vieja iglesia, pero cuando el chico mencionó
a un profesor de Esperanto de la residencia, decidió hacerse pasar por un
metodista solo por conocerlo y poder entrar en esta.
El profesor
de Esperanto, de nombre Leotaldo, el día de la llegada de Kolia, se encontraba
en Versoix.