-Me han informado que el señor Jean Arthur Rimbaud ha dejado su habitación, ¿aún está disponible?- pregunto Cans, un poco cansado por el viaje, y por esas ideas que iba cargando en su mochila que parecía se hacían más pesadas con el paso de los chinos.
-En efecto- respondió la rubia recepcionista - ¿cómo hará efectivo su pago? infamias, sátiras a gobernadores, libreta de quebrantamiento de leyes establecidas, poemas malditos, odas al jefe, somos muy abiertos en cuanto a las maneras de pago- concluyó, adornando el fin de su infomercial con una sonrisa.
Cans, rápidamente pequeños papelitos de sus bolsillos saco, tan pequeños que podrían fácilmente ser tomados por post its.
La señorita empezó a ojearlos, y cambiando un poco la expresión de su cara le dijo:
- No sé cuáles eran sus planes de estadía, pero me temo informarle, que con todo esto y complementado con alguno que otro pecado de juventud, le alcanzará únicamente para una noche- y luego de acomodar su pin que la leyenda "Monroe" tenía inscrita, añadió - y la sala de baño es compartida-.
En hacer el papeleo para la habitación estaba la señorita Monroe, cuando un hombre de unos diremos 40 años, de presencia muy fuerte, atrajo la mirada de Cans.
-¿Quién es ese señor de buen vestir que esta por allá?- inquirió Cans
-Es Leotaldo Dutchens- dijo la señorita - es un huésped de honor, un hombre sumamente cultivado, tiene más buen gusto para vestir que Nick Cave, es tan inteligente que hasta enseño física al hijo del jefe con su corbata y ya piensa en cotizar sus conversaciones en la bolsa-
Cans quién en su infancia fue un niño que al entrar a una piscina a sus riñones ,recordando a los Beatles, dejaba ser y lo poco que conocía de idiomas lo sabía por los álbumes Panini, no podía menos que expresar su admiración ante tal presencia distinguida.
-Tal vez si usted vuelve a nacer, podría ser como él, ahora si me disculpa mi apuro ¿podríamos ir a que le muestre su habitación?, pues tengo una cita con un traficante de alcohol- finalizó.
La chica llevo a Cans y mostró la habitación, quién se vio muy contento, sobre todo a sabiendas que al menos por sus pecadillos de adolescencia, podría disfrutar de una noche dónde Jean Arthur la paz pregonada por Dostoievski había alcanzado.
La habitación no era muy diferente a cualquiera de un hotel latino en Ginebra, espacio para una cama, un pequeño escritorio, dos toallas y un jabón, los cuales decidió utilizar antes de salir a conocer el cottage.
Al salir de su habitación, Cans imaginaba mil nombres sobre quienes conocería, la puerta de al lado por ejemplo “Carlyle” decía, ¿habrá sido aquel escocés que cuestiono los designios del concejo británico de la papa?
En un mural colgado en el pasillo, informaban de una conferencia de un escritor colombiano sobre la inferioridad confesa y constatable de los “políticos”, nombre con que llamaban a los conserjes del complejo según supo luego, al acercarse a leerla un señor alemán de bigote pronunciado se aproximo y dijo -Yo que usted no me la perdería jovencito, dicen que es mi emulación latina- . Cans anotó en su agenda dicho evento y prometió asistir.
Los jardines del cottage eran estética y geométricamente perfectos, sin nada que envidiar a Versalles y emulando alguna residencia del centro de la Inglaterra de la era Victoriana.
Un partido de criquet al centro del jardín, arpas sonando, mucho alcohol ya fueren cocteles, vino o cerveza, según la naturaleza de cada residente, podían verse y mujeres, más bellas que aquellas que acompañaban a los rockeros en los años noventa.
Al seguir caminando, un enorme perro vio venir, a lo mejor era un leonberger, quién se lanzó contra él para jugar y lo hizo caer.
Cans se despertó y cayó en la cuenta que había sido un sueño, alguien alguna vez dijo que es a lo mejor en los sueños que en los peores círculos del infierno caemos, a lo mejor también se aplica a la inversa pensó para sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario