El día de ayer me levanté leyendo la triste noticia de una joven asesinada en El Salvador, una más de esa larga lista, que a veces: se niega, se esconde, se maquilla y en definitiva, se ignora.
Desde hace dos años estoy lejos del terruño, y a veces creo han sido suficientes para hacerme olvidar una de las razones principales por las que decidí partir. Parece que algunos días, solo recuerdo los lugares bonitos, la familia, los amigos, los buenos momentos… y con justa razón, de repente una noticia como esta, me baja de esa nube, y me recuerda, aquel temor interminable que es vivir en un país salvaje, como el nuestro.
El Salvador me duele. Me duele lo que creamos. Me duele que no despertemos por más horrible que sea la situación. Me duele que la gente sea tan conformista y se quede en el simple “no me va a pasar a mí”. Me duele porque sé que no hay manera de cambiar esa actitud de las personas, la segunda y quizá definitiva razón, que me movió a tomar esa decisión de agarrar la maleta.
En El Salvador todo va mal, todos los índices nos golpean, la criminalidad sigue campeando, los políticos los elegimos cada día más idiotas y sobre todo, más inmorales (izquierdas de caviar y Ferrari, derechas ajenas a la sensibilización, centros inexistentes, aprovechados por doquier). A veces para cambiar una sociedad, no hay más que refundarlas. Hace tiempo que tocamos fondo, y seguimos escarbando para descender aun más, y más, y más… que nos falta?
Me duele ser tan pesimista en cuanto a mi país, me duele por aquello que mi familia y amigos están allá, pero me duele, sobre todo, porque conozco a los salvadoreños, y sé que nadie hará nada para cambiar la triste situación actual.
Estas líneas, no son nada más que un grito de frustración de un Jazario, frustración de ver mi país en ruinas, y egoísmo quizá en el fondo, de al menos decirme, que no fui conformista de esa situación.
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